Ocurrió de nuevo.
Ocurrió tan rápido que cuando quise darme cuenta, ya era demasiado
tarde para detenerme.
Volví a obsesionarme.
Caí en la rendición.
Lo cierto es que jamás salí del todo. Tan solo… tan solo me
las he ingeniado para encontrar la manera de camuflarlo todo.
Las cicatrices.
El dolor.
La rabia.
La ira.
El odio.
La tristeza.
Estaba tranquila. Bueno, lo mínimo que se puede estar en un
caos constante como este.
Me hallaba en ese estado de ‘’estoy bien pero ambas sabemos
que es mentira, tan solo estas intentando engañarme, engañarte a ti con falsas
palabrerías, tarde o temprano, más pronto que tarde, se te caerá la fachada y
volverás a estar hecha añicos y entonces, apareceré yo, para aprovecharme de tu
vulnerabilidad’’.
Y así ocurrió.
A una velocidad imaginable, a unos pasos intangibles, hizo
acto de presencia, me saludó con una sonrisa burlona y en menos de un segundo
mi mente se contaminó de pensamientos oscuros, me invadieron de nuevo todas
aquellas cosas que con tanto esfuerzo intentaba desechar.
Por lo tanto, la historia se repite una vez más.
El círculo vicioso reaparece.
Miedo irracional.
Inseguridades.
Desesperación.
Ansiedad.
Locura.
Ojeras.
Hambre.
Esa puta me parte en dos, me vuelve otra, me reencarno en mi
propio mal.
Lo hace a propósito, es consciente de lo mucho que me odio y
de lo dispuesta que estoy a acabar conmigo misma con tal de evitar a toda costa
dañar a los que me importa.
Las espinas se clavan, mi alma se distorsiona.
Una guerra entre
otras tantas se desata en mi mente.
El deseo ardiente de hacerme daño, auto infligirme heridas,
de provocarme cicatrices para luego observarlas como si fueran lo más
esplendido de este mundo. Mi hambre por palpar huesos cada vez que me desnudo,
mi ansiedad por ser tan tenue como una pluma. Delgadez.
Y mi sombra, cada día más borrosa, atada entre cadenas grita
suplicante una oportunidad, un nuevo comienzo. Intenta convencerme de que es
posible quererme a mí misma, que la auto aceptación y la felicidad no son tan
inverosímiles como a mi parecer si lo son.
Deambulo por el pasillo persiguiendo a mi reflejo, al final
del camino se haya una puerta desgastada de color escarlata con una aldaba de
cobre en el centro. Me acerco, abro la
puerta, y me encuentro en una habitación saturada de láminas de cristal, como
la Luna, esa Luna a la que tantas veces embelesada por su belleza cada noche,
le escribía sonatas hasta que decidía marcharse.
Pero la figura reflejada en las láminas no es la delicadeza y palidez de la Luna, al contrario, es la ilustración más repulsiva que haya podido
conservarse.
Yo.
Cristales rotos caen por toda la habitación.
Sangre.
Silencio.
Silencio.
Veintiocho de diciembre del catorce.
4:04 am.
Collie.