sábado, 30 de mayo de 2015

Giacomo, quizás.

Un día, mientras intentaba reparar las heridas de mi averiado corazón, entre ecos lejanos escuché una voz, quizás el sonido más placentero con el que mis oídos hayan tenido la oportunidad de deleitarse, con firmeza y tranquilidad decidí caminar hacia ella pero cuanto más me acercaba, menos sentido tenía todo y de una forma casi hipnotizante, a una velocidad imperceptible, me extravié en la fogosidad de sus palabras, el encanto de sus versos me anonadaron de tal manera que, desde ese instante supe que jamás volvería a encontrarme.
Nuestros labios bailaron una lenta balada de amor, y mis manos recorrieron ansiosas su cuello y aunque sus besos sabían a despedida, me refugié en el versátil latido de su corazón.
Desconozco su nombre, desconozco de su vida... tan solo sé que tiene una peculiar forma de caminar, que le sobra labia para enamorar, y que todo él es una adicción.
Mío no es, pero de la Luna tampoco será, me regocijaré de su joven canto y le entregaré escrita en hojas arrugadas la intensidad de mi alma.
Lo miraré despacio, poco a poco, recorriendo sus secretos y disfrutando de sus silencios. Lo admiraré mientras lo deseo, antes de que conquiste otros mares y sea demasiado tarde para desengancharme de su aroma.


Treinta de mayo del quince.
23|47 p.m.
Collie.