viernes, 26 de junio de 2015

La tormenta y el desastre.

Se esconden las palabras que nunca me dijiste en algún lugar dentro de mí, haciendo que mis latidos se descarrilen, volviendo a ser aquel huracán sin tempestad.
Y es que desde que tu voz ya no acaricia mi nuca, quedaron mis versos en bancarrota y mis labios tan fríos como lo está ahora mi alma.
Hacías de esta vida un respiro más apacible, mientras entre larga risotadas nos burlábamos de la muerte, y de su inútil intento de separarnos, pero ni tú eres Ulises, ni yo Penélope, y te marchaste hipnotizado con su falso canto, llevándote a su vez lo único bueno que quedaba en mí.
No tuviste suficiente con irte dejándome desolada, y hoy me torturas con la veracidad de tus recuerdos, como si aún estuvieras aquí, conmigo, como si pudieras salvarme de saltar al vacío...
Me decidí a amar, a sabiendas de que no te quedarías, pero naufragué al enamorarme de tus ojos tan profundos como el propio mar en el que ahora me estoy muriendo.
Fuimos las ganas de encontrar algo que nos hiciera sentir mejor en las ruinas de este mundo, fuimos dos corazones rotos siendo felices por un momento, fuiste el rayo que iluminó mi cielo, pero que se fue tan rápido como apareció.
Soy el desastre que no sabe sobrevivir sin ti,
y tú la tormenta que acabó con ambos.

Veintiséis de junio del quince.
22|42 p.m.
Collie.