lunes, 7 de diciembre de 2015

Diciembre.

No sé qué tiene de especial estas fechas, que hace que te recuerde con más intensidad.
Quizás la alegría de ver las luces titilar, o esas ganas tontas de bailar que tienen mis pies cada vez que la música suena.
La vida brillando en los ojos de los niños, con sus sonrisas de oreja a oreja mientras corren de una esquina a otra para que mamá no los pille.
Niñez, juventud y vejez se unen, olvidándose por un momento los absurdos prejuicios y horarios atareados.
Las noches se alargan y todos miramos al cielo buscando el deseo que no nos fue concedido, y entre estrella y estrella dibujo una escalera que me lleve arriba donde tu estás, y entonces te veo, te encuentras de pie en el rincón más apartado y... ¡Díos mío, hasta pareces real!
Juro que pude sentir tu aroma, la malicia de tu mirada y ¡cielos! hasta escuché el sonido de tu risa diciéndome ven.
Y fui, y caminé, y corrí a tus brazos, con lágrimas en los ojos grité y supliqué que por favor volvieras, que tu ausencia cada vez se hace más presente, que Diciembre perdió su magia desde que decidiste partir.
Casi se me salé el corazón del pecho cuando tu mano acarició mi mejilla ''¡vive, por favor, vive y hazlo por mi!'' esas fueron tus palabras antes de desvanecer.
Y entonces me desperté, con una taza fría de café en mis manos y un cigarro tan consumido como mis ganas de encontrar una manera de soportar otra navidad sin ti.




Ocho de diciembre del quince.
01 | 16 a.m.
Collie. 

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